Si la colaboración de Beth Gibbons con Rustin Man (Paul Webb, bajista de Talk Talk) en 2002 con el disco «Out of season» entro dentro de la normalidad y la «espontánea» de Chuck D (Public Enemy) en el concierto de Portishead en el Primavera Sound de 2008 fue un acto puntual intenso y genial (abajo el vídeo), la que acaba de salir a la luz no deja de ser una verdadera extraña pareja. La cantante del grupo de Bristol y el cuarteto de doom metal de la misma ciudad llamado Gonga han grabado juntos una versión del tema «Black Sabbeth» de los míticos ingleses Black Sabbath.
La canción forma parte de un 12″ en vinilo en edición limitada publicado con motivo del pasado Record Store Day en el que el grupo Gonga rinde tributo a los de Birminghan no solo en la canción sino que la portada recrea la del primer disco de Black Sabbath y el vídeo es un compendio de imágenes de la película del mismo nombre (aquí «Las tres caras del miedo«) de 1963 dirigida por Mario Bava. El vinilo en ebay está ahora mismo por unas 35 libras
Que ningún fan de Portishead ni de Beth Gibbons espere que la canción se encuentre dentro del próximo disco en solitario de la cantante (anunciado el pasado año en el sello Domino pero todavía sin fecha alguna de publicación), porque esta versión nada tiene que ver con ese disco. En cuanto al grupo, no hace mucho (en el Larm Festival de Oslo), Adrian Utley comentó a NME que estaban buscando fechas para encerrarse en el estudio a grabar el cuarto álbum de Portishead (aunque dudo mucho, por su historial, que el disco llegue antes de un par de años).
Se cumplen 20 años de la publicación de seguramente el más importante de los discos que los británicos Blur grabaron, «Parklife«. Una de las canciones de ese disco fue «To the end«, una balada con aires a los años sesenta franceses (un sonido que gustaba mucho al dúo Albarn-Coxon) y para el cual contaron con la producción de uno de los fijos del sello Emi, Stephen Hague (Pet Shop Boys, Marc Almond…). Para darle un mayor toque francés contrataron a una todavía poco conocida cantante francesa llamada Laetitia Sadier que llevaba varios años viviendo en Inglaterra (se trasladó allí a finales de los ochenta tras conocer al que fue su novio Tim Gane). Por aquel entonces ambos músicos habían creado ya Stereolab, un excelente grupo de dream-pop en el que mezclaban pop con sonidos electrónicos e influencias de los sesenta.
La cantante francesa aceptó el encargo (quizás fuera el mejor trabajo pagado hasta entonces) y añadió algunas voces en un segundo plano y a modo de contestación a las palabras de Damon Albarn dentro de la canción. El single saldría en mayo de 1994 y fue todo un éxito, aunque no tanto como lo había sido el primero de «Parklife«, el bailable y gamberro «Girls & Boys«. Tanto gustó el resultado al grupo (el contrapunto de hacer una balada con orquestación real) que al año siguiente volvieron a grabarla de nuevo, con el título de «To the end (la comedie)» pero esta vez cambiando la voz de Laetitia por la de una diva de verdad de la canción francesa, François Hardy, una de las vocalistas preferidas de Serge Gainsbourg. Grabada en los estudios Abbey Road de Londres, la canción cuenta con una mayor presencia vocal femenina que en la original (está cantada a dúo a diferencia de la voz secundaria de Sadier) y con toda una orquesta sinfónica detrás (más el típico acordeón francés).
Ya ha llegado la fecha en la que muchos aprovechan para comprar libros (o libro en el caso de algunos). Aquí en Zaragoza el Paseo Independencia se llena con los stands de las diferentes librerías y editoriales y con cientos de paseantes-compradores en busca de algún libro buscado, firmas de autores o para descubrir alguna obra inesperada (rebuscando entre las cubetas… de libros).
A mi se me van acumulando los libros sin leer (en la imagen algunas de las últimas adquisiciones musicales). El más reciente en leer ha sido «Alaska y los Pegamoides. El año en que España se volvió loca» de la periodista musical Patricia Godes(libro publicado en la colección Cara B de la editorial Lengua de Trapo). Patricia habla como espectadora desde la barrera de una época, la llamada Movida, que ella vivió en primera persona pero no como protagonista. Eso lo deja bien claro desde las paginas del libro, citando como mucho alguna anécdota personal, como también desmitificando a los verdaderos protagonistas. Pocas alabanzas y mucho rigor (fechas, datos, obras…) es lo que recoge el libro así como el no-enfrentamiento entre Berlanga y Canut que lleva a la disolución de Pegamoides y la grabación del disco «Grandes Éxitos»
El libro gana enteros según avanza, a pesar de los saltos temporales, y pone a cada uno en su sitio, desde una Alaska a la que le cae el título de cabeza de la Movida sin ella buscarlo a un José María Díez, técnico de sonido de los estudios de Hispavox, que fue uno de los verdaderos artífices del éxito y la calidad del disco, gracias al empeño y la dedicación que puso en la grabación del mismo (suyo es prácticamente el éxito de la versión extended del clásico «Bailando«). Un libro recomendable para quitarle hierro y poner los pies en la tierra a aquella revuelta llamada Movida.
Emulando a Luis Aguilé y su mítica «Cuando salí de Cuba» (canción de 1965 que miles de cubanos escapados de la Revolución convirtieron en su particular himno y que el cantante compuso, dicen las malas lenguas, inspirándose en la relación que mantuvo con una cubana que había sido novia de Fidel Castro), vuelvo de mi viaje por aquel país con sentimientos encontrados. Por un lado la ruina en la que se encuentra todo el país y La Habana en particular (económica, social y arquitectónicamente), el entendible acoso que sufrimos los que vamos de fuera y los contrastes entre la gente que tiene FE (familia en el extranjero) y los que no (que se traduce en adolescentes con zapatillas y ropa de marca, oro y móviles, frente a los que no tienen ni para un bolígrafo). Por otro una naturaleza exuberante y desaprovechada, el encanto de la belleza colonial, el valor encomiable y el respeto de muchos de sus habitantes, el aflorado sentido de la supervivencia que su pueblo ha demostrado los últimos 50 años y la vitalidad y picaresca que desprende la gente.
Musicalmente no puedo estar más decepcionado. Allá donde vas el reggaeton más aburrido, machacón e insulso suena por doquier: taxis almendrones, casas, bicitaxis... Poca y escasa música moderna se encuentra si no te metes muy a fondo en su universo (el hip hop tiene tirón en voz de grupos como Obsesión, AK-Demia o Papá Flor, y en cuanto a rock aún es más complicado encontrar algo, ahí están Koflint o Metastasys). Entre lo más rítmico el show de percusión y metales de la agrupación del Callejón de Hamel en la que mezclan rumba y salsa todos los fines de semana y de forma gratuita en el mismo lugar que les da nombre (una calle remodelada con objetos reciclados y estética de la santería). Si nos vamos hacia lo más tradicional allí donde vayas (si eres extranjero) encontrarás a un grupo tocando boleros o salsa. Curiosamente su repertorio es más bien escaso: sales de «Guantanamera«, «Quizás«, «Lágrimas negras» o «Bésame mucho» hasta el moño, todos parecen tocar las mismas canciones clásicas.
Lo peor y lo mejor de este viaje musical a Cuba estuvo en Santiago, allí hay lugares donde de verdad se siente lo que es la Trova. Curiosamente en el epicentro de todo, en «La Casa de la Trova«, cerca del ParqueCéspedes y donde Compay Segundo o Eliades Ochoa comenzaron sus carreras, es donde menos se siente. Imaginad un tablao flamenco para guiris en Madrid o Sevilla… Pues así es la velada nocturna de La Casa de la Trova. Artificial. Un show sin sentimiento, con un poco de ritmo y mucha desgana y con muchas ganas de vaciar los bolsillos de los turistas con mojitos, cervezas y algún disco, además de pasar la gorra.
Sin embargo por el día la cosa cambia. En los bajos de la Trova Pepe Sánchez, en un escenario a pie de calle, una pareja de abuelos de ochenta años llamados «Dúo Los Cubanitos» lo dan todo en pos del bolero, alguna guaracha y alguna habanera. Afables, simpáticos y entrañables, este dúo y pareja en la vida llevan casi 45 años cantando a la verdadera esencia de la música cubana con una vieja guitarra y dos dulces voces, rodeados de recuerdos de años y años de trova, de personajes e historias a los que rinden tributo cada día (en la foto su escenario).