Emulando a Luis Aguilé y su mítica «Cuando salí de Cuba» (canción de 1965 que miles de cubanos escapados de la Revolución convirtieron en su particular himno y que el cantante compuso, dicen las malas lenguas, inspirándose en la relación que mantuvo con una cubana que había sido novia de Fidel Castro), vuelvo de mi viaje por aquel país con sentimientos encontrados. Por un lado la ruina en la que se encuentra todo el país y La Habana en particular (económica, social y arquitectónicamente), el entendible acoso que sufrimos los que vamos de fuera y los contrastes entre la gente que tiene FE (familia en el extranjero) y los que no (que se traduce en adolescentes con zapatillas y ropa de marca, oro y móviles, frente a los que no tienen ni para un bolígrafo). Por otro una naturaleza exuberante y desaprovechada, el encanto de la belleza colonial, el valor encomiable y el respeto de muchos de sus habitantes, el aflorado sentido de la supervivencia que su pueblo ha demostrado los últimos 50 años y la vitalidad y picaresca que desprende la gente.
Musicalmente no puedo estar más decepcionado. Allá donde vas el reggaeton más aburrido, machacón e insulso suena por doquier: taxis almendrones, casas, bicitaxis... Poca y escasa música moderna se encuentra si no te metes muy a fondo en su universo (el hip hop tiene tirón en voz de grupos como Obsesión, AK-Demia o Papá Flor, y en cuanto a rock aún es más complicado encontrar algo, ahí están Koflint o Metastasys). Entre lo más rítmico el show de percusión y metales de la agrupación del Callejón de Hamel en la que mezclan rumba y salsa todos los fines de semana y de forma gratuita en el mismo lugar que les da nombre (una calle remodelada con objetos reciclados y estética de la santería). Si nos vamos hacia lo más tradicional allí donde vayas (si eres extranjero) encontrarás a un grupo tocando boleros o salsa. Curiosamente su repertorio es más bien escaso: sales de «Guantanamera«, «Quizás«, «Lágrimas negras» o «Bésame mucho» hasta el moño, todos parecen tocar las mismas canciones clásicas.
Lo peor y lo mejor de este viaje musical a Cuba estuvo en Santiago, allí hay lugares donde de verdad se siente lo que es la Trova. Curiosamente en el epicentro de todo, en «La Casa de la Trova«, cerca del Parque Céspedes y donde Compay Segundo o Eliades Ochoa comenzaron sus carreras, es donde menos se siente. Imaginad un tablao flamenco para guiris en Madrid o Sevilla… Pues así es la velada nocturna de La Casa de la Trova. Artificial. Un show sin sentimiento, con un poco de ritmo y mucha desgana y con muchas ganas de vaciar los bolsillos de los turistas con mojitos, cervezas y algún disco, además de pasar la gorra.
Sin embargo por el día la cosa cambia. En los bajos de la Trova Pepe Sánchez, en un escenario a pie de calle, una pareja de abuelos de ochenta años llamados «Dúo Los Cubanitos» lo dan todo en pos del bolero, alguna guaracha y alguna habanera. Afables, simpáticos y entrañables, este dúo y pareja en la vida llevan casi 45 años cantando a la verdadera esencia de la música cubana con una vieja guitarra y dos dulces voces, rodeados de recuerdos de años y años de trova, de personajes e historias a los que rinden tributo cada día (en la foto su escenario).